La voz de Mercedes Sosa se apaga a los 74 años
Haydeé Mercedes Sosa murió ayer a los 74 años, tras dos semanas de
internada por múltiples dolencias. Todos sabían que el final era
inminente desde el momento en que Luis Farinello, un cura popular y
cercano a su entorno, le había dado el viernes la extremaunción. La
noticia, igualmente, estremeció a una sociedad enfrentada, con enconos
políticos a flor de piel, y que el domingo encontró en la figura
matriarcal de La Negra un momento efímero de dolor compartido.
Había nacido en la norteña provincia de Tucumán el 9 de julio de 1935.
Contrajo precozmente una de las lacras de la pobreza argentina: el mal
de Chagas, una enfermedad transmitida por la vinchuca. La picadura de
este insecto es una suerte de sentencia de muerte anticipada. La
mayoría de los portadores no llegan a los 40 años. Ella luchó siempre
contra ese mal.
La voz de Mercedes comenzó a hacerse sentir en la
Argentina a principios de la década de los 60 y al calor del renovador
movimiento de la Nueva Canción, del que fueron figuras relevantes su
primer esposo, Alberto Matus, y el poeta Armando Tejada Gómez. Entre
mediados de los 60 y toda la década siguiente, ella interpretó algunas
de las más hermosas canciones del repertorio popular argentino y
latinoamericano. Nadie lo haría de manera tan sublime. A tal punto que
temas como Balderrama, Lunita tucumana, Gracias a la vida, Cuando tenga la tierra, Alfonsina y el mar o Juana Azurduy quedarán cristalizados en su garganta.
Mercedes Sosa fue un icono de esos años de quimera y rebeldía en los
que el artista era llamado a decir las cosas por su nombre. Asumió con
orgullo su condición de cantante de izquierdas. «Que no calle el
cantor porque el silencio/cobarde apaña la maldad que oprime/ No saben
los cantores de agachadas/no callaran jamás de frente al crimen», cantó junto con Horacio Guarany. «A esta hora exactamente/hay un niño en la calle», denunció desde el escenario. La canción escrita por Armando Tejada Gómez daba cuenta de las urgencias de un país estremecido.
EL
EXILIO / El golpe militar del 24 de marzo de 1976 la sacó de las radios
y la televisión. Sus conciertos se suspendían por amenazas telefónicas.
Mercedes Sosa abandonó Argentina en 1979. Se exilió primero en Francia.
Luego en España. La distancia la laceró. En marzo de 1982, un mes antes
de que la dictadura argentina decidiera tomar las islas Malvinas, en su
último y fallido intento de perpetuación, La Negra retornó al país y
ofreció 18 conciertos en un teatro de Buenos Aires. Fue algo más que un
reconocimiento. Sobre el escenario se juntaron músicos de diferentes
generaciones y estilos, del tango al rock.
EL RETORNO / Argentina recuperó la democracia en diciembre de 1983 y La Negra volvió a ocupar su espacio. Su canción ¿Será posible el Sur?
sintetiza, a modo de interrogante, la esperanza de los tiempos de la
transición. El país no era el mismo. Ella trató de adaptarse a las
nuevas realidades. Ya no cantaba los temas de memoria. Los leía en un
atril, y sentada. Utilizaba instrumentos eléctricos.
Aquel homenaje
coyuntural y justificado de 1982 se convirtió en un episodio de
reverencia permanente. A partir de ese momento, se transformó en una
suerte de Pachamama cantora. Como dijo el crítico Diego Fiescherman,
«de alguna manera, terminó quedando prisionera de su propio personaje
y, también, de la progresiva pauperización del repertorio».
Como si
presintiera la cercanía del final, en los últimos años grabó dos discos
acompañado de celebridades argentinas, de América Latina y España. Los
dos volúmenes de Cantora juntaron a Caetano Veloso, Joan Manuel Serrat, Shakira, Jorge Drexler y Fito Páez, entre otros.
Le tocó nacer en un país con enormes cantores, desde Carlos Gadel, en
el tango, a Margarita Palacios, en el folclore. Fue figura en una
región de grantes cantantes y autoras como Elis Regina, Chabuca Granda
y Violeta Parra. Será recordada como una de las grandes voces del siglo
XX.
Haydeé Mercedes Sosa murió ayer a los 74 años, tras dos semanas de
internada por múltiples dolencias. Todos sabían que el final era
inminente desde el momento en que Luis Farinello, un cura popular y
cercano a su entorno, le había dado el viernes la extremaunción. La
noticia, igualmente, estremeció a una sociedad enfrentada, con enconos
políticos a flor de piel, y que el domingo encontró en la figura
matriarcal de La Negra un momento efímero de dolor compartido.
Había nacido en la norteña provincia de Tucumán el 9 de julio de 1935.
Contrajo precozmente una de las lacras de la pobreza argentina: el mal
de Chagas, una enfermedad transmitida por la vinchuca. La picadura de
este insecto es una suerte de sentencia de muerte anticipada. La
mayoría de los portadores no llegan a los 40 años. Ella luchó siempre
contra ese mal.
La voz de Mercedes comenzó a hacerse sentir en la
Argentina a principios de la década de los 60 y al calor del renovador
movimiento de la Nueva Canción, del que fueron figuras relevantes su
primer esposo, Alberto Matus, y el poeta Armando Tejada Gómez. Entre
mediados de los 60 y toda la década siguiente, ella interpretó algunas
de las más hermosas canciones del repertorio popular argentino y
latinoamericano. Nadie lo haría de manera tan sublime. A tal punto que
temas como Balderrama, Lunita tucumana, Gracias a la vida, Cuando tenga la tierra, Alfonsina y el mar o Juana Azurduy quedarán cristalizados en su garganta.
Mercedes Sosa fue un icono de esos años de quimera y rebeldía en los
que el artista era llamado a decir las cosas por su nombre. Asumió con
orgullo su condición de cantante de izquierdas. «Que no calle el
cantor porque el silencio/cobarde apaña la maldad que oprime/ No saben
los cantores de agachadas/no callaran jamás de frente al crimen», cantó junto con Horacio Guarany. «A esta hora exactamente/hay un niño en la calle», denunció desde el escenario. La canción escrita por Armando Tejada Gómez daba cuenta de las urgencias de un país estremecido.
EL
EXILIO / El golpe militar del 24 de marzo de 1976 la sacó de las radios
y la televisión. Sus conciertos se suspendían por amenazas telefónicas.
Mercedes Sosa abandonó Argentina en 1979. Se exilió primero en Francia.
Luego en España. La distancia la laceró. En marzo de 1982, un mes antes
de que la dictadura argentina decidiera tomar las islas Malvinas, en su
último y fallido intento de perpetuación, La Negra retornó al país y
ofreció 18 conciertos en un teatro de Buenos Aires. Fue algo más que un
reconocimiento. Sobre el escenario se juntaron músicos de diferentes
generaciones y estilos, del tango al rock.
EL RETORNO / Argentina recuperó la democracia en diciembre de 1983 y La Negra volvió a ocupar su espacio. Su canción ¿Será posible el Sur?
sintetiza, a modo de interrogante, la esperanza de los tiempos de la
transición. El país no era el mismo. Ella trató de adaptarse a las
nuevas realidades. Ya no cantaba los temas de memoria. Los leía en un
atril, y sentada. Utilizaba instrumentos eléctricos.
Aquel homenaje
coyuntural y justificado de 1982 se convirtió en un episodio de
reverencia permanente. A partir de ese momento, se transformó en una
suerte de Pachamama cantora. Como dijo el crítico Diego Fiescherman,
«de alguna manera, terminó quedando prisionera de su propio personaje
y, también, de la progresiva pauperización del repertorio».
Como si
presintiera la cercanía del final, en los últimos años grabó dos discos
acompañado de celebridades argentinas, de América Latina y España. Los
dos volúmenes de Cantora juntaron a Caetano Veloso, Joan Manuel Serrat, Shakira, Jorge Drexler y Fito Páez, entre otros.
Le tocó nacer en un país con enormes cantores, desde Carlos Gadel, en
el tango, a Margarita Palacios, en el folclore. Fue figura en una
región de grantes cantantes y autoras como Elis Regina, Chabuca Granda
y Violeta Parra. Será recordada como una de las grandes voces del siglo
XX.