Palermo, anoche, con la contundencia de siempre, marca el segundo en el 4-0 ante un débil rival, en Cutral-Có. También jugó Ortega y los dos fueron ovacionados. Maradona criticó nuevamente a Grondona por la suspensión de un amistoso en Dubai.
No están ni Messi ni Higuaín. Faltan las verdaderas estrellas mundialistas, las figuras que brillan en Europa. No es la verdadera Selección Nacional, la que irá por todos los sueños a Sudáfrica. Pero es la misma camiseta. Y en la cancha hay dos símbolos potentes del fútbol argentino. Los máximos ídolos de Boca y de River. El 9 y el 10. Martín Palermo y Ariel Ortega. Juntos otra vez vestidos de celeste y blanco, como en la Copa América 99, cuando el técnico era Marcelo Bielsa. Es suficiente para disfrutar.
La rompe Toranzo. Ratifica Bertoglio todo lo bueno que hace en Colón. Pero las máximas atracciones son el Titán y el Burrito. Al cabo, se mantiene la lógica que rodeó a la Selección desde que aterrizó aquí: en la previa consumida en el hotel de Neuquén y aquí, en la cancha, la gente reclamaba a Palermo y a Ortega. Esos apellidos, aparte de Maradona, son los únicos que aparecen en los cantitos.
El partido no importa demasiado, pero al 9 y al 10 sí. Cada minuto para Palermo es importante pensando en su posible convocatoria al Mundial, en una lucha con varios delanteros de gran actualidad. Lo de Ortega, en cambio, es diferente. No logrará su objetivo esa bandera que dice: "Diego, Ortega al Mundial". Esta citación se parece más a un homenaje, o a una despedida de la Selección. El propio Diego no lo dijo textualmente, pero lo insinuó al declarar que no había que olvidar todo lo que le dio al fútbol argentino.
Después, viene el juego. Y la influencia de Ortega es relativa. Se mueve, mete algún quiebre clásico de cintura. Luce más cuando se tira a la derecha que cuando intenta juntarse con Toranzo o cuando quiere actuar de enganche.
Palermo es el de siempre. En el juego y en su fortaleza para superar situaciones adversas inesperadas. Esta vez, de entrada, cae petardo cerca de su posición lanzado desde donde está La 12 y una esquirla le produce una herida en la cara, debajo del labio inferior. Insólito. Pero al Titán nada lo para. Se atiende con el médico y sigue.
Y Palermo es Palermo. Lucha con algunas impreciones afuera del área, pero adentro es pura intensidad y ubicación. El problema es que no lo asisten como corresponde. Y cuando lo hacen, no perdona: Garcé, tras un pase precioso de Toranzo, le pone un centro justo y Palermo mete un frentazo imparable, con potencia máxima. Es el segundo de Argentina.
"Ortega, Ortega", braman los hinchas cuando a los 14 del segundo tiempo al Burrito lo reemplaza Olmedo. Se va el 10 y le da la cinta de capitán al 9. "Palermo, Palermo", deliran cuando el Titán es sustituido a los 20 por Pereyra.
Quedan 25 minutos y ya no es lo mismo. Los ídolos de 36 años, que jugaron con estusiasmo de pibe, miran desde afuera. Ortega, agradecido: volvió a la Selección después de siete años. Su última vez había sido ante Holanda en Amsterdam. Y Palermo, ilusionado, porque no se quedó en aquel gol para la memoria ante Perú, bajo un diluvio. Sigue sumando goles y acercándose a ese Mundial que lo desvela.
No están ni Messi ni Higuaín. Faltan las verdaderas estrellas mundialistas, las figuras que brillan en Europa. No es la verdadera Selección Nacional, la que irá por todos los sueños a Sudáfrica. Pero es la misma camiseta. Y en la cancha hay dos símbolos potentes del fútbol argentino. Los máximos ídolos de Boca y de River. El 9 y el 10. Martín Palermo y Ariel Ortega. Juntos otra vez vestidos de celeste y blanco, como en la Copa América 99, cuando el técnico era Marcelo Bielsa. Es suficiente para disfrutar.
La rompe Toranzo. Ratifica Bertoglio todo lo bueno que hace en Colón. Pero las máximas atracciones son el Titán y el Burrito. Al cabo, se mantiene la lógica que rodeó a la Selección desde que aterrizó aquí: en la previa consumida en el hotel de Neuquén y aquí, en la cancha, la gente reclamaba a Palermo y a Ortega. Esos apellidos, aparte de Maradona, son los únicos que aparecen en los cantitos.
El partido no importa demasiado, pero al 9 y al 10 sí. Cada minuto para Palermo es importante pensando en su posible convocatoria al Mundial, en una lucha con varios delanteros de gran actualidad. Lo de Ortega, en cambio, es diferente. No logrará su objetivo esa bandera que dice: "Diego, Ortega al Mundial". Esta citación se parece más a un homenaje, o a una despedida de la Selección. El propio Diego no lo dijo textualmente, pero lo insinuó al declarar que no había que olvidar todo lo que le dio al fútbol argentino.
Después, viene el juego. Y la influencia de Ortega es relativa. Se mueve, mete algún quiebre clásico de cintura. Luce más cuando se tira a la derecha que cuando intenta juntarse con Toranzo o cuando quiere actuar de enganche.
Palermo es el de siempre. En el juego y en su fortaleza para superar situaciones adversas inesperadas. Esta vez, de entrada, cae petardo cerca de su posición lanzado desde donde está La 12 y una esquirla le produce una herida en la cara, debajo del labio inferior. Insólito. Pero al Titán nada lo para. Se atiende con el médico y sigue.
Y Palermo es Palermo. Lucha con algunas impreciones afuera del área, pero adentro es pura intensidad y ubicación. El problema es que no lo asisten como corresponde. Y cuando lo hacen, no perdona: Garcé, tras un pase precioso de Toranzo, le pone un centro justo y Palermo mete un frentazo imparable, con potencia máxima. Es el segundo de Argentina.
"Ortega, Ortega", braman los hinchas cuando a los 14 del segundo tiempo al Burrito lo reemplaza Olmedo. Se va el 10 y le da la cinta de capitán al 9. "Palermo, Palermo", deliran cuando el Titán es sustituido a los 20 por Pereyra.
Quedan 25 minutos y ya no es lo mismo. Los ídolos de 36 años, que jugaron con estusiasmo de pibe, miran desde afuera. Ortega, agradecido: volvió a la Selección después de siete años. Su última vez había sido ante Holanda en Amsterdam. Y Palermo, ilusionado, porque no se quedó en aquel gol para la memoria ante Perú, bajo un diluvio. Sigue sumando goles y acercándose a ese Mundial que lo desvela.