Cuando llega el otoño las
hojas de los árboles mudan de color. Los verdes bosques cambian su
tonalidad habitual por los naranjas, ocres, oro, marrones y rojos. Lo
hemos visto muchas veces, pero… ¿sabemos por qué ocurre?
El color verde de las hojas lo
proporciona la clorofila, un pigmento segregado en los cloroplastos que
es imprescindible para realizar la fotosíntesis. Pero no es ése el
único pigmento orgánico presente en las hojas, también existen los
carotenoides —de tonalidades amarillo-anaranjadas— y las antocianinas
—de tonalidades rojo-azuladas— que son unos pigmentos que se encuentran
de forma natural en las plantas y que las protegen del exceso de luz
solar, al actuar como pantallas solares que bloquean la radiación
dañina. También protegen las células vegetales del frío extremo al
actuar como anticongelantes y son beneficiosos por sus propiedades
antioxidantes.
Todos estos colores quedan disfrazados por la clorofila presente en mayor cantidad, pero al llegar el otoño la cosa cambia.
La disminución de horas de luz solar y
la llegada de temperaturas más frías lleva pareja una mengua de la
clorofila. Cuando el follaje empieza a envejecer, las hojas descomponen
algunos de los pigmentos que han producido en exceso, como la
clorofila, y los absorben parcialmente en el pedúnculo para otros
fines. Es entonces, cuando el color verde desaparece, cuando se revelan
el resto de pigmentos, que tintan las arboledas de los colores propios
del otoño.